en su mutuo paso por el desierto.
Y el viento travieso
jugando con la luna y su cansancio;
y su sed y su desánimo
un oasis le ha creado.
Y la luna, enamorada como es ella,
se entusiasmó con el viento,
maravillada por su creación:
un ardiente e intocable paraíso.
... tan para ella, tan lejano...
Extasiada en sus sentidos
se entregó a aquel sueño.
Ante la mirada de la luna
el viento bailó, gozó,
mostró sus encantos más privados.
Incontables oasis le ha creado
para deshacerlos todos
y luego, de la nada y solo para ella,
uno nuevo.
Y la luna enamorada,
radiante, apasionada
se olvidó, perdida ella,
que su paso por la tierra
de un incambiable ciclo dependía.
Y el viento caprichoso
satisfecho en su conquista,
se marchó de aquel desierto
en busca de nuevas tierras,
nuevos besos, nuevas esperanzas.
Una noche, curiosa la vida,
constante y cíclica rotación,
La luna y el viento se encontraron.
Cínicos, nuevos, incontenibles, enteros.
El viento, exitado Don Juan eterno,
prometió a la luna nuevos paraísos;
danzó para ella y revivió sus recuerdos.
Mas, complacido de sí mismo,
no observó a la luna... ese letal rostro.
Y la luna extensa, roja, insaciable,
admiró al sensual y místico viento,
se refrescó en su sueño ardiente
y bebió de este mágico momento.
Mas consciente de ese inasible paraíso,
la luna se despidió rotunda, en silencio.
Puso puntos suspensivos a otro encuentro.
El viento no sería nunca suyo
porque el viento a nadie pertenece.
y lo sabe imagen del paraíso,
sensible, pero intocable, insostenible.
El pasará su vida tocando flores,
mariposas, mujeres, árboles;
y sin embargo, esta será su constante:
no permanecer en nadie.
Y la luna, fiel caminante en su eje
viajará alrededor de la tierra mil veces;
y conquistará poetas, pintores.
y sin embargo; su condena es la misma constante:
el vacío de todo y no permanecer en nadie.
Soberbia, le dedica su último ancho rojo brillo.
SOY AYER